lunes, 21 de mayo de 2012

El norte argentino, caminar, subir y bajar, oler, sentir y experimentar.

San Miguel de Tucumán

Comenzamos por la ciudad de San Miguel Tucumán, bajamos del colectivo y nos tomamos un taxi hacia el departamento de  Miguel, nuestro primer anfitrión de Couchsurfing. Mientras yo descendía del taxi el Tata se acomodaba la mochila, yo me acomodé la mía una vez en la vereda y con el dedito índice de mi mano izquierda quise cerrar la puerta del taxi con tanta mala suerte que el taxista empujo la puerta con un fuerte envión hacia afuera y luego hacia adentro que golpeó mi pobre dedo terriblemente. Inmediatamente se me hinchó y en los días posteriores se puso morado.

Miguel nos esperaba en la puerta del edificio y cálidamente nos acompañó al departamento. El tenía que irse a trabajar así que charlamos un ratito y nosotros también partimos a recorrer la ciudad de Tucumán. La ciudad es bellísima y pudimos ver edificios históricos y recorrer la conocidísima “Casita de Tucumán”. Cuando estuvimos en frente de la típica fachada al Tata le surgieron unas llamativas ganas de dibujarla como hicimos una y otra vez  en el colegio primario.




Por la noche pudimos compartir con Miguel unas ricas sfijas o empanadas árabes en un restaurante muy interesante lleno de cuadros por todos lados. Este tucumano resultó ser una persona muy atenta y preocupada por nosotros, en pocas palabras un anfitrión de lujo.

Al otro día, tal y como nos había recomendado Miguel subimos el primer sendero del sin número que tendríamos por delante. La espesura del camino sorprendió, una verdadera selva llena de arboles, helechos y espesura verde por donde se mire. La humedad era muchísima y los mosquitos aprovecharon para picarlo al Tata todo el tiempo que estuvimos dentro de la selva. El camino fue bastante duro y estuvimos durante unas horas metidos en el tupidísimo paisaje. Al salir subimos a un mirador de donde se podía observar toda la ciudad de Tucumán.










Esa noche cenamos con Miguel  y Rosy (tambien de Couchsurfing) quien nos invitó a comer a su casa unas pizzas caseras.

Tafí del Valle

Al día siguiente partimos temprano a Tafí del Valle donde aprovechamos para comer un locro y una humita para luego salir a recorrer el pueblo. Sinceramente Tafí es muy lindo pero pierde todo su cultura y encanto aborigen para pasar a ser un lugar donde la gente tiene unas hermosísimas casas de campo. Como no teníamos hostel donde alojarnos, ya que pasábamos por el día, estuvimos con la mochila a cuesta la mayor parte del tiempo  salvo para cuando subimos nuestro segundo sendero hacia otro  mirador de la ciudad. Al atardecer nos sentamos en la estación de colectivos a esperar el ómnibus que salía para Amaicha. La experiencia fue hermosa porque pudimos observar el atardecer sobre las montañas y surgió una interesante charla entre los dos. Le comenté al Tata que varias veces se me había pasado por la cabeza un recurrente pensamiento acerca de lo abstracta que es la vida que llevamos, hacemos puentes, paseos, shoppings, creamos rutinas y horarios sin saber bien para que lo hacemos y porque nos empecinamos en repetir día tras día lo mismo como si no quisiéramos ponernos a pensar en eso. Creo que ahora dispongo de mucho tiempo para pensar en este tema  y me da miedo no encontrar respuesta esta pregunta y que la vida que llevamos  parezca que no tiene sentido. Me imagino que estos miedos son lógicos al emprender un viaje como este…




Amaicha

Llegamos a Amaicha de noche y fuimos caminando con nuestras mochilas a buscar un hostel. Encontramos el primero y entramos a preguntar pero parecía que en ese momento no había nadie, sólo un perro nos hizo fiesta al entrar. Decidimos ir para otro lado y caminando nos encontramos con un hostel  hecho de unas construcción típica aborigen con paredes de adobe y techos de troncos y caña. Tuvimos suerte y por el mismo precio nos quedamos en una habitación con cama matrimonial ya que en el hostel no había mucha gente porque era temporada baja.

Al otro día fuimos hacia la cascada del lugar y pudimos charlar con un aborigen del lugar que tenía a cargo el cuidado del lugar. El nos conto que en la zona todavía eligen Caciques que son los encargados de mantener y administrar las tierras. Esto permite que las tierras sigan en poder de la comunidad aborigen protegiendo la “pacha” de la explotación de las minas. Por supuesto que ellos también tienen un intendente que se encarga de mantener la ciudad con rutas en condiciones, de la salud y educación. Este aborigen también nos contó que en el lugar hicieron una película argentina llamada Aballay, no estoy segura si se escribe así pero si sé que así suena, donde actuaron varios personajes del pueblo y unos de los papeles más importantes lo interpretó el dueño del hostel donde estábamos hospedados.











Cafayate

Estuvimos dos noches en Amaicha y partimos para Cafayate donde nos hospedamos en el mejor hostel del norte argentino. El lugar era súper limpio y el servicio del personal impresionante. Compartíamos habitación con una canadiense llamada Natali. Por la noche varias personas del hostel nos juntamos a cenar en la cocina común  y compartimos una charla hermosa junto a la canadiense, una pareja alemana, Ian y Sabine, una pareja suiza, Juliet y Christof. Fue mas que interesante hablar con personas de diferentes lugares y culturas, creo que todos disfrutamos mucho de ese exquisito momento.





Al día siguiente fuimos todos a visitar dos bodegas y degustar unos muy buenos vinos. Después de almorzar hicimos la excursión de la Quebrada de las Conchas, realmente era un grupo extraordinario donde se sumaron varias personas mas de diferentes lugares. El lugar que recorrimos es mágicamente hermoso e hipnotizante. Las montañas están llenas de miles de colores como chocolates, violetas, naranjas, rojos, verdes y azules acompañadas de miles de cardones verdes. Ahora entiendo porque le dicen Salta “la linda”. La última parada de la excursión fue La Garganta del Diablo, ahí todos se despidieron de nosotros con una cierta nostalgia al vernos partir. Ellos volvían a Cafayate y nosotros nos quedamos esperando bajo un árbol que hacía de parada de colectivo al ómnibus hacia Salta capital. Empezaba a anochecer y el cielo estaba nublado asi que el panorama  a la orilla de la ruta era de un negro total! Escuchamos ruidos a un lado de la ruta e iluminamos con nuestras linternitas y descubrimos que eran unos burros  que pasaban cerca de nosotros. Después de unos minutos pasó caminando como si nada por el medio de la ruta un chico y nos saludó. Eso nos hizo sentir un poco menos raros parados a la orilla de la ruta y en la mitad de la noche con nuestras mochilas paradas a cada lado. Al fin el colectivo llegó y nos llevó directo a Salta.
















Salta

Nos quedamos uno dos días en Salta recorriendo la ciudad colonial y por supuesto hicimos nuestro sendero hacia arriba camino a la quebrada de San Lorenzo pero no pudimos terminar el ascenso  porque el camino estaba cerrado en ese momento.  Por la noche tuvimos un asado con todos los alojados del hostel y disfrutamos nuevamente de compartir con mucha gente de otros lugares.





Tilcara

Salimos de Salta rumbo a Tilcara y nos alojamos en un hostel donde conseguimos una increíble habitación con baño privado y cama matrimonial. Por suerte en todos los hostels pagamos exactamente lo mismo y estaba dentro de nuestro presupuesto. Tilcara es preciosa por donde se la mire. Sus calles son de piedra y van subiendo y bajando adornando todo el pueblo y las casas y negocios son muy pintorescos. Para llegar al hostel, por supuesto, tuvimos que hacer una larga subida por una de las calles de piedra y ya no me acuerdo cuantas subidas vamos acumulando en nuestro haber. Esa tarde conocimos las ruinas indígenas del Pukará, un lugar recreado no muy exacto a lo que era realmente pero interesante de conocer. Otra vez hicimos varias subidas y bajas para poder llegar al lugar. Por la noche salimos a comer a un restaurante pequeñito del lugar donde pudimos disfrutar del canto y la actuación de algunos lugareños.





A día siguiente nos levantamos temprano para ir hasta la garganta del diablo y la cascada. Fue una extenuante caminata de 4 kilómetros de ida y 4 de vuelta. Digo extenuante porque si… otra vez subimos y subimos con la diferencia de que la altura en esta zona se empezaba a notar y respirar nos costaba. Yo particularmente me sentí algo mareada pero a pesar de todo llegamos en tiempo y forma para disfrutar del inmenso cañón que había abierto el agua entre montaña y montaña. Por la tarde visitamos el famosísimo Cerro de los 7 Colores en Pumamarca que esta a unos pocos kilómetros de Tilcara. Es una paisaje bello y los colores increíbles por más que lo habíamos visto impreso ya en miles de cerros desde Salta a Tilcara. También nos habían recomendado hacer la caminata de lo Colorados y obviamente allá fuimos! La ruta era otra vez en una sutil subida pero con el viento en contra, yo empecé a cambiar mi buen humor a uno bastante diferente, es que ya estaba sinceramente harta de caminar pero me sentía culpable por no querer seguir disfrutando de tanta belleza, como si fuera una falta de respeto al universo mismo. Entonces el Tata me frena y me dice: “Si no tenés ganas de hacerlo no lo hacemos, lo importante del viaje es que hagamos lo que cada uno tienen ganas de hacer, no hay obligaciones ni rutinas”. Escuché sus palabras y me sentí un poco tonta al imponerme cosas y querer transformar este viaje de lo improvisado y de dejarse llevar en una rutina. Creo que me voy dando cuenta de algunas cosas de mi misma y tengo la sensación que soy un poco estricta con mi persona y por consecuencia con los demás. Lo importante es vivir cada momento en ese preciso momento y el antes y el después sencillamente no existen.









Esa noche escuchamos desde la habitación a una de las chicas alojadas en el hostel tocar una especie de tamboreta de manera exquisitamente asquerosa, imprimiendo un golpeteo totalmente aleatorio al instrumento. Tratamos con el Tata de encontrar en el sonido algún ritmo escondido pero no lo logramos. Nos reímos un poco y nos dormimos hasta el otro día. Temprano nos esperaba nuestro guía para ir hacia las Cuevas. Mientras esperábamos pasó caminando por la calle la canadiense Natali, unas de las personas con las que habíamos compartido en Cafayate, con su guía al lado. Los 3 nos alegramos mucho de vernos! Intercambiamos un par de palabras y ellos comenzaron el camino mientras que nosotros nos encontrábamos con el guía. El sendero resultó ser peor que el del día anterior y las subidas mucho más pronunciadas. Mis piernas, mi corazón y mis pulmones estaban realmente agotados! El guía era una persona muy simpática con miles de historias para contar y casualmente estaba decidiendo irse a vivir a Comodoro Rivadavia por trabajo pero no estaba muy seguro todavía, así que creo que le caímos como anillo al dedo ya que le pudimos contar muchas cosas de Comodoro en nuestros últimos 5 años de residencia en el lugar. Las Cuevas son asombrosas y están cálidamente iluminadas por velas lo que las hace mágicas y te conecta con tu interior mediante el silencio casi absoluto del lugar. Al comenzar el descenso nos encontramos nuevamente con Natali y quedamos en ir a tomar una cerveza en le centro del pueblo por la tarde.





Llegamos al hostel, dormimos una siesta y volvimos a escuchar el tan odiado tamborete, después tomamos la media tarde y como a las 19 nos pasó a buscar Natali. Íbamos rumbo al centro y nos topamos con dos conocidos más, pero esta vez del hostel de Salta, Sofía de Portugal y Jan de Suiza. Ellos estaban alojados en el mismo hostel que Natali. Entramos los cinco a un bar y pedimos cervezas y mantuvimos una bella conversación de miles y miles de cosas diferentes. Pasó una hora y ½  y nos despedimos de los chicos para ir a cenar al hostel que había preparado una asado para todos. La cena estuvo muy bien aunque nosotros nos alejamos un poco del grupo para charlar con Sebastián que de entrada nos había caído muy bien. El andaba viajando de acá para allá y viviendo su vida de manera no convencional. Con el comentamos acerca de esta chica que al parecer creía, como muchas personas más, que porque viajaba podía se una especie de hippie y como era una hippie inmediatamente estaba dotada de un don artístico que la hacía excelente para la música. Nos reímos mucho de eso y comentamos como la gente se pone diferentes caretas según el lugar y el momento donde les toque estar.

Iruya

Rumbo a Iruya señores! Tomamos el primer colectivo por la mañana y emprendimos viaje pasando por el Trópico de Capricornio y por Humahuaca donde el ómnibus hizo una parada. Ahí subieron Javi, Mariale y Diego. En ese momento sólo conocíamos a Javi de haberlo cruzado en Pumamarca un día antes tratando de conseguir gente para ir al Salar Grande. Fuimos todo el viaje hablando lo que hizo el camino más ameno para todos ya que estábamos en algunos momentos a 4000 metros de altura y por una cornisa casi continúa.

Cuando llegamos a Iruya vimos un pueblo que se mezclaba entre las imponentes montañas con una simpática y pequeña iglesia como carta de presentación del lugar. Nosotros fuimos caminando para nuestro hostel y quedamos en encontrarnos para almorzar. Si las subidas nos habían parecido agotadoras, esta subida al hostel de “Asunta” era prácticamente a 90 grados y con las mochilas a cuestas! Nos encontramos con los chicos, que estaban con otro amigo, un irlandés llamado Eoin, para almorzar. La comida fue larga y aprovechamos para conocernos un poco más. Más tarde los 6 salimos a hacer avistaje  de Cóndores y de más estar decir que la subida fue extenuante. Para cuando llegamos a la cima ya éramos la “Comunidad del Cóndor” y en ese momento decidimos hacer juntos el trayecto que nos quedaba de Bolivia y Perú. Ese día cenamos juntos los 6 con Martín, un fotógrafo de Buenos Aires, y Marie, una enfermera francesa. Al día siguiente ya éramos 8 en el grupo e hicimos una caminata de unos 12 kilómetros en total hacia el pueblo de San Javier. Un kilómetro antes de llegar al pueblo Mariale, Diego, el Tata y yo pegamos la vuelta porque queríamos tomarnos el colectivo a las 14 con destino final La Quiaca. Eoin y Javi se nos unían mas tarde en el colectivo de las 15 y Martín y Marie seguían otro recorrido.



La Quiaca y Yavi

Cuando llegamos de vuelta a Iruya compramos unas empanadas y agua para comer en el colectivo. Salimos a un cruce donde nos dejó el ómnibus para tomarnos otro a La Quiaca. Este lugar es bastante feo y decadente asi que fuimos a dormir a un pueblo muy chiquitito a 15 kilómetros llamado Yavi. Nos alojamos en una posada muy linda, rústica y con miles de adornos antiguos y decoración bien norteña pero lamentablemente el dueño era un monstruo salido de un cuento de ficción. Los cabellos renegrido estaban cubiertos de mugre y grasa, la ropa que llevaba puesta era sucia, vieja y desdeñada, los dientes y labios estaban teñidos de negro por masticar coca y su olor era invasivamente hediondo, una mezcla de olor corporal con coca y ajo. Decidimos ir los 4 a comprar fiambre, queso y pan para cenar a escondidas en el hostel ya que la comida que nos ofrecían nos daba un poco de asco por la suciedad de la cocina y del cocinero. Entramos a un pequeño almacén atendido por una dulce viejita y comenzamos a pedir nuestra cena y pensamos en comprar hojas de coca. Le preguntamos cuanto salían las hojas y nos dijo que $5 y $10, entonces le consultamos cual era la diferencia y ella nos contestó lo siguiente: “la de $5 es mas menos y la de $10 es mas mucho!” No pude con mi risa y me tuve que dar vuelta para que no me viera mientras los otros trataban de contener con todas sus fuerzas las carcajadas. Mientras nos disponíamos a comer llegaron Eoin y Javi, nos sentamos todos alrededor de una improvisada mesita a cenar. La ducha fue traumática para todos y recuerdo que Javi nos contó que casi no pudo cerrar el grifo por la manera en como temblaba del frío! Nos fuimos a dormir y al otro día nos esperaba el cruce de la frontera hacia Bolivia.



Continuará… en Bolivia...

Mas fotos en: www.facebook.com/tonatatatour

Leer el post completo >>